“Yo creo que el Alma, el espíritu de todos los seres humanos, forma como un tejido poderoso que envuelve todo el Planeta y que de alguna manera es el que pervive… Yo creo que quien aporta más a esa alma colectiva, a ese acervo cultural colectivo, a ese ser vivo palpitante, impalpable, que es el ente de la cultura viviente universal, de alguna manera pervive y de alguna manera obtiene un billete para la eternidad”.
Félix Rodríguez de la Fuente

Sergey Brin, cofundador de Google, resumió la realidad que ha marcado en gran medida el transcurso
de estas últimas décadas y que ha propiciado nuestro lento pero continuo proceso de desmoronamiento: “Hace diez años un investigador de la Universidad de Stanford no tenía el mismo acceso a información que hoy día cualquiera puede tener en un cibercafé de Bangladesh”. Así de poderosa es -aún- la capacidad de Internet. Como ejemplo: gracias a esta herramienta muchos hemos conocido el dato de que en la sabiduría milenaria china -representada en la simbología de sus caracteres idiomáticos-, el equivalente hànzì de la palabra “crisis” está compuesto por dos ideogramas que expresan el “peligro” y la “oportunidad”, aportando con esta elección la enseñanza de que toda crisis trae pareja una latencia, un potencial de mejoramiento y evolución. Si esto es cierto -y suponiendo que exista una proporcionalidad entre el grado de intensidad y el potencial de oportunidades que la crisis trae consigo-, podemos afirmar que estamos atravesando un tiempo de oportunidades cruciales que derivarán en un nuevo ciclo histórico a nivel mundial. Muchas personas no dudan en afirmar que vivimos los albores de un nuevo Renacimiento que ampliará y profundizará las posibilidades de compresión del ser humano ante su propia naturaleza, así como la aceptación de ciertas realidades fenoménicas que aún chocan con el actual planteamiento lógico racional con que el ser humano interpreta el aparente orden que rige la Existencia.
Los humanos vivimos en función de las distintas interpretaciones de la realidad que aceptamos como auténticas, y que al hacerlo, constituyen los pilares en los que edificamos nuestra propia identidad. Por trabalenguas que parezca, en esta realidad ramificada en las distintas interpretaciones de la realidad que constituyen nuestra realidad individual, algunas personas consideran como una realidad manifiesta –por ser un patrón materializado en sus vidas-, el hecho (“hecho”, a su criterio) de que los cambios externos son los que motivan y provocan un cambio interior; muchas veces, incluso, son convertidos en condición necesaria para que se produzca un cambio interno. Otras personas consideran que es la actitud interior -el sentimiento interno, los pensamientos que albergamos, los deseos que imperen en nuestra consciencia, etc.- lo que acaba por atraer a personas y acontecimientos afines a ella. En gran medida éste es el “secreto” que desvela la saga de “El Secreto”, que en líneas generales es una interpretación de la ley de atracción: nuestro mundo exterior (en personas, circunstancias y vivencias) es fiel reflejo de lo predominante en nuestro mundo interior.

Ese mismo vacío, manifestado en el silencio, sostiene y permite el sonido de la vida. Pitágoras teorizó sobre la existencia de sonidos que producían los planetas en sus giros cíclicos alrededor del Sol y que creaban en su conjunto armónico la “música de las esferas”; música que también se genera en el microcosmos del cuerpo humano, pues toda vibración afecta y altera al conjunto… y todo es vibración. La misma energía constructiva e inteligente que hace latir el corazón de todo ser vivo, se manifiesta también en el perfecto movimiento geométrico de neutrones y planetas. La Música expresa esta perfección matemática e intangible del Amor, que es a la vez Energía e Inteligencia.
La “Oda de la Libertad”, de Friedrich Schiller, despertó en Beethoven un sentimiento tan profundo e inefable, que quiso plasmar ese sentir en una partitura y así dejarla para la posteridad. Según parece, el hecho de que algunos revolucionarios franceses la cantaran como letra de la Marsellesa, hizo conveniente modificar el término “libertad” por el de “alegría” (palabras que en lengua alemana resultan parecidas). El dato de que sirviera de inspiración a Schiller la entonces reciente Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y su creencia en el ideal -compartido por Beethoven- sobre la naturaleza fraternal del género humano, hacen aún más creíble esta hipótesis. Pero sea o no cierto este acto de censura, por su propio contenido y por el sentimiento que despierta esta obra, bien pudiera denominarse, más que “Oda de la Alegría”, “Oda de la Dicha que nos da la Libertad”… Teorías y suposiciones aparte, nadie duda de su condición de obra maestra, siendo la única composición musical de la Historia que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad, resultando además el Himno de la Unión Europea.
Aunque han transcurrido casi dos siglos desde su creación y han variado bastante las circunstancias políticas, sociales y religiosas -en general, para mejorar en campos como la salud, la técnica o el desarrollo-, el ser humano sigue ansiando una Tierra en paz, ausente del negocio de las armas y del mercadeo de la violencia por parte de los medios, donde las personas vivan sintiéndose unidas en lo esencial con esa energía que les impele a vivir y hacer frente a sus retos, así como con el resto de seres vivos, el Planeta que nos permite experimentar la vida y el Cosmos que contiene a éste como una mágica y bella mota de polvo en su infinita inmensidad. El hombre ansía trascender su propia violencia, que en suma no es sino la consecuencia del miedo de ignorar su auténtica naturaleza y el Camino tras la muerte.

Juan Armas
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