Hay momentos
en la vida en los que nos encontramos en un cruce de carreteras sin saber qué dirección
tomar, porque hay muchos caminos.
En estos
momentos de incertidumbre, dudas e inseguridades, es inútil ir sin rumbo, es
aconsejable ser cauteloso con paciencia y esperar el momento adecuado para
avanzar con seguridad.
Dejemos ir
la tensión y la desesperación y tomemos posesión de la brújula del
discernimiento para tomar la decisión más sabia respaldada por nuestra fe y
confianza en nosotros mismos.
A menudo, en
las horas de tensión y angustia, no escuchamos nuestra intuición, y ahí es
donde nos sentimos perdidos, desanimados y, a veces, perdiendo la fe y
debilitando nuestro espíritu.
¡No te
rindas! Busquemos la poderosa fuerza de Dios y no nos dejemos engañar pensando
que estamos solos y abandonados. ¡No lo estamos! Dios nunca abandona a sus
hijos. ¡La fe y la perseverancia es la clave!
¿Cuántas veces nos hemos equivocado al permitir que la precipitación tome la delantera, haciéndonos actuar de manera menos racional, cuando en realidad podríamos haber actuado de otra manera? Ciertas decisiones después de tomarse no se pueden revertir, y esto es lo que aumenta el dolor de quienes se arrepienten después de un hecho consumado. Por este motivo, entre otros, pensemos de antemano, para no dejarnos gobernar por impulsos o impulsividad, que provocan que la emoción suplante a la razón, trayendo consecuencias, casi siempre, desastrosas y, a menudo, pueden tener reflejos durante toda la vida. . Por lo tanto, es esencial que seamos pacientes y cautelosos. Que seamos más razonables con nosotros mismos en nuestras acciones, sin volver a hacer lo malo, si en otras ocasiones lo hemos hecho. Somos los que más perdemos actuando de manera apresurada o irreflexiva. Los "antiguos" ya dijeron que: "la paciencia y el caldo de pollo no hacen daño a nadie". Entonces, no estemos nerviosos. Vamos a estar muy tranquilos, detenerse, meditar y respirar profundamente antes de actuar. Que tengamos días bendecidos y felices, con salud, mucha paz y alegría.
Siempre debemos estar preparados para lo inevitable. Hay
situaciones en la vida que no se pueden cambiar y, en otras circunstancias, ni
siquiera se pueden evitar. Y por difícil que sea aceptarlos, es necesario saber
cómo vivir con ellos.
La aceptación de un episodio de tristeza o angustia hará que
el dolor sea más agradable, y llamamos a esto resignación. Y renunciar no es lo
mismo que ser conformista, que acepta pasivamente todo. ¡No es!
Tener resignación es tener humildad, comprensión y paciencia.
Por eso es muy importante saber cómo lidiar con hechos y situaciones en las que
se puede hacer poco o nada. Rebelarse contra la Ley de la vida y contra Dios no
es la actitud de quienes dicen creer en Él.
Somos probados durante todo el viaje terrenal, y debemos
pasar estas pruebas porque no nos quedaremos en este viaje para siempre.
Recordemos que somos estudiantes de la vida y será necesario y bueno que
podamos obtener la aprobación.
Renunciemos y confiemos en el Maestro de Maestros, que es
Dios, porque de Él recibimos las mejores lecciones de resignación y
ennoblecimiento, en la certeza de la recompensa de la dicha eterna.
Recordemos, que el sufrimiento mejora nuestro espíritu y nos
proporciona ricas lecciones de vida.
La risa tiene el poder de elevarnos fuera de nuestro caos
y de subyugar a nuestro ego.
Ríete de la vida tan a menudo como puedas, incluso ríete
de ti mismo. Una de las mejores formas de combatir la negatividad es no tomar
todo tan en serio.
No es
ésta la única ocasión en la que hablo de la dualidad casualidad/causalidad,
pero me parece un tema de tanta profundidad reflexiva que, lo traigo nuevamente
a colación acompañado de un vídeo que he encontrado en Youtube.
Continuamente
he mantenido lo que a mi gran amigo Gabriel le gusta recordar que, no existen
las casualidades, sino las causalidades. Que nada ocurre porque sí. Que las
cosas ocurren por una razón, por una causa. A veces, incluso, por varias. Pero
hasta ahora nunca había reflexionado profundamente sobre ello.
La
causa de un objeto es aquello que lo origina; la explicación de por qué está
ése objeto ahí, de cómo ha llegado hasta ahí. La causa de un objeto no es
aquello para lo que ha sido creado; no es ni la explicación de PARA QUÉ está
ahí, ni de cuál es su FINALIDAD. He aquí la gran diferencia: no es lo mismo
explicar el por qué de un objeto (causa o causalidad) que explicar el para qué
de un objeto (fin o finalidad).
Que
todos poseamos un por qué no quiere decir que tengamos un para qué. Que poseamos
causa no quiere decir que tengamos finalidad. Que estemos aquí por una causa y
no por mera casualidad no quiere decir que tengamos destino.
Hablar
de causalidad no es hablar de destino.
Estamos
aquí POR una razón, por una causa; pero no PARA una razón en particular, para
un fin.
Tengo
causa. No sé cuál, pero la tengo, y eso no condiciona mi finalidad, mi futuro
ni mi destino. No necesito conocer mi causa para poder elegir mi finalidad en
la vida.
El
poder de Dios, la evolución, la adaptación, un terremoto, un milagro… ¿Qué más
da? La causa más inmediata y cercana de por qué estoy aquí es mucho más
sencilla de comprender: el amor.
Estoy
aquí porque dos personas se amaron, y de ese amor nací yo. Ése es mi por qué,
mi causa. Mi destino, mi fin, está bajo mi decisión y es, al fin y al cabo, una
de las pocas cosas que realmente me pertenecen.