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jueves, 22 de mayo de 2025

Tu Conciencia, Tu Espejo


Una Reflexión para Vivir con Plenitud

Querida lectora, querido lector, hoy quiero compartir contigo una reflexión que nace de una fuente muy especial: Concha, una mujer a la que quiero como si fuera mi madre. Concha es granadina, de esa tierra de sol ardiente y sierras orgullosas, pero en los años 60 emigró a Mallorca, donde las olas del Mediterráneo y los pinares susurrantes se convirtieron en su hogar. Siempre ha vivido en contacto con la naturaleza, esa gran maestra de la que ha extraído la sabiduría natural que atesora. A su edad –que, como ella me enseñaría con una sonrisa pícara, nunca se revela cuando se trata de una señora, jajaja–, Concha sigue haciéndose preguntas grandes, profundas, de esas que te remueven por dentro y te obligan a mirar la vida con otros ojos. Su curiosidad incansable y su conexión con el mundo natural me han inspirado a escribir estas palabras, porque si alguien como ella, con toda una vida de experiencias, aún se detiene a buscar respuestas, ¿cómo no vamos a hacerlo tú y yo? Así que, con el corazón lleno de gratitud hacia Concha, te invito a que nos sumerjamos juntos en un viaje hacia el espejo más íntimo de todos: tu conciencia.

Imagina por un momento que te levantas una mañana, te miras al espejo y, en lugar de ver tu reflejo, encuentras una imagen borrosa, distorsionada por manchas y suciedad. ¿Qué harías? Probablemente tomarías un paño y limpiarías el espejo hasta que tu rostro se reflejara con nitidez. Ahora, piensa en tu conciencia: es el espejo de tu alma, el reflejo más auténtico de quién eres y cómo vives. Si está empañada por culpas, remordimientos o decisiones mal tomadas, tu vida se vuelve opaca, pesada. Pero si la mantienes limpia, te devuelve una imagen clara, llena de paz y alegría. Hoy, tú, que lees estas palabras, estás invitado a reflexionar sobre la importancia de tu conciencia, esa guía silenciosa que te acompaña en cada paso, y a descubrir cómo puedes vivir en armonía con ella.

La conciencia es mucho más que una voz interna que murmura cuando algo no va bien. Es, como decía Sócrates, “el dios que habita en nosotros”, una chispa divina que te conecta con algo más grande, con un orden universal que trasciende tus deseos y caprichos. No es casualidad que, cuando actúas en contra de lo que sabes que es correcto, sientas un nudo en el estómago, una inquietud que no explica la lógica. Esa es tu conciencia, recordándote que has roto una ley interna, una brújula moral que no puedes ignorar sin pagar un precio. Concha, con su sabiduría forjada en los ciclos de la naturaleza, diría que es como un río que necesita fluir limpio para nutrir la vida.

¿Por qué, entonces, a veces eliges ignorarla? ¿Por qué, sabiendo lo que está bien, optas por el camino fácil, el que te aleja de tu mejor versión? Esta es una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez, y Concha, con su mirada sabia, me diría que es parte de nuestra humanidad, como las tormentas que sacuden los árboles pero no los derriban. Quizás sea por miedo, por comodidad o por la tentación de resultados inmediatos. Pero la respuesta es clara: ignorar tu conciencia es como apagar la luz en una habitación desconocida y esperar no tropezar. Tarde o temprano, las consecuencias llegan. Un error no corregido se convierte en un peso, una sombra que te persigue. Por el contrario, cuando escuchas esa voz interior y actúas en consecuencia, encuentras una libertad que ninguna riqueza material puede igualar.


Pongamos un ejemplo cotidiano, de esos que Concha contaría paseando por un sendero mallorquín. Imagina que, en un momento de enfado, dices algo hiriente a alguien que quieres. Tu conciencia, ese espejo implacable, te lo señala de inmediato: “No estuvo bien”. Puedes ignorarlo, justificar tu reacción y seguir adelante. Pero esa decisión no desaparece; se acumula, como polvo en el espejo, y con el tiempo, tu relación con esa persona –y contigo mismo– se resiente. Ahora, imagina que, en lugar de ignorarlo, reconoces tu error, pides disculpas y buscas reparar el daño. Puede que no sea fácil, puede que requiera humildad, pero el resultado es una conciencia limpia, una sensación de ligereza que te permite mirarte al espejo sin bajar la mirada.

Este principio no se limita a las relaciones personales. Tu conciencia está presente en cada ámbito de tu vida: en el trabajo, en tus decisiones éticas, en cómo tratas a los demás y a ti mismo. Cada vez que eliges la honestidad, la generosidad o la valentía, estás puliendo ese espejo interior. Cada vez que optas por el egoísmo, la mentira o la indiferencia, lo empañas un poco más. La pregunta entonces es: ¿cómo quieres verte reflejado al final del día? ¿Con orgullo o con remordimiento?


Volvamos a la cita de Sócrates: “Conócete a ti mismo”. Este mandato, inscrito en el templo de Apolo en Delfos, no es solo una invitación a entender tus pensamientos o emociones, sino a escuchar tu conciencia, esa parte de ti que sabe, incluso cuando tu mente racional duda. Conocerte a ti mismo implica reconocer tus fallos, pero también tu capacidad para corregirlos. Implica aceptar que no eres perfecto, pero que tienes el poder de mejorar, de alinear tus acciones con tus valores más profundos. Concha, que ha aprendido de la paciencia de los olivos y la constancia del mar, me recordaría que este autoconocimiento es un proceso, como el crecimiento de una semilla que necesita tiempo y cuidado.


Ahora, detente un momento y piensa: ¿qué te está diciendo tu conciencia hoy? Quizás hay algo que has estado posponiendo, una conversación que necesitas tener, una decisión que has evadido. Tal vez es algo pequeño, como devolver un favor, o algo más grande, como cambiar un hábito que te está haciendo daño. Sea lo que sea, no lo ignores. Tu conciencia no es un juez cruel que busca castigarte; es una guía cariñosa que quiere llevarte a la mejor versión de ti mismo, como Concha, que con su arraigo a la naturaleza me enseña a escuchar las verdades simples pero profundas.

Pero, ¿qué pasa cuando la conciencia se vuelve una carga? Aquí surge otra pregunta importante, de las que Concha plantearía: ¿es posible vivir con una conciencia limpia todo el tiempo? La respuesta no es sencilla, pero vale la pena explorarla. Nadie es infalible. Todos cometemos errores, todos tenemos momentos de debilidad. La clave no está en evitar equivocarte –algo imposible–, sino en cómo respondes a esos errores. Una conciencia limpia no significa una vida sin fallos, sino una vida en la que asumes la responsabilidad de tus acciones y buscas reparar el daño. Como decía el filósofo Immanuel Kant, “la moralidad no consiste en ser bueno, sino en esforzarse por serlo”. Ese esfuerzo, ese compromiso con mejorar, es lo que mantiene tu conciencia en paz.


Piensa en una analogía que Concha aprobaría, inspirada en su amor por la naturaleza: tu conciencia es como un río. Si dejas que fluya libremente, limpiando los escombros que se acumulan –los errores, las culpas, las excusas–, el agua seguirá siendo clara y pura. Pero si lo obstruyes, si acumulas resentimientos, mentiras o negaciones, el río se estanca, se vuelve turbio, y con el tiempo, se convierte en un pantano. Mantener tu conciencia limpia requiere acción: reconocer tus errores, pedir perdón cuando sea necesario, perdonarte a ti mismo y aprender de lo sucedido. Solo así el río de tu vida seguirá fluyendo con claridad.

Ahora, hablemos de la felicidad, un tema que Concha aborda con la misma naturalidad con que observa el vuelo de los pajarillos. Porque, al fin y al cabo, ¿no es eso lo que todos buscamos? La felicidad no es algo que encuentres en cosas externas –dinero, éxito, reconocimiento–. Es un estado interior que nace de estar en paz contigo mismo. Y no hay paz sin una conciencia tranquila. Como dice el texto que inspira esta reflexión, “así como ves mejor tu imagen en un espejo limpio, te sentirás más feliz con la conciencia tranquila”. Esta verdad es tan simple como profunda. Cuando tus acciones están alineadas con tus valores, cuando sabes que has hecho lo correcto –incluso cuando nadie te ve–, experimentas una alegría que no depende de las circunstancias.

Pero esta felicidad no es un regalo que cae del cielo. Requiere trabajo, disciplina, valentía. Requiere que te enfrentes a tus propios defectos, que resistas la tentación de tomar atajos, que elijas el camino largo pero honesto. Y aquí está el verdadero poder de la conciencia: no solo te señala lo que está mal, sino que también te anima a construir algo mejor. Es, como decía el texto, “la gran animadora y correctora” de tu evolución moral y espiritual.


Entonces, ¿cómo puedes cultivar una conciencia limpia en tu día a día? Aquí van algunas ideas prácticas, inspiradas en la sabiduría natural de Concha. Primero, dedica tiempo a la reflexión, como quien observa el cambio de las estaciones. Al final del día, hazte preguntas simples: ¿qué hice bien hoy? ¿Qué podría haber hecho mejor? Este ejercicio no es para castigarte, sino para aprender. Segundo, actúa con intención, como la naturaleza que no desperdicia un solo rayo de sol. Antes de tomar una decisión, pregúntate: ¿esto está alineado con mis valores? ¿Me hará sentir en paz conmigo mismo? Tercero, no temas pedir perdón. La humildad es el mejor limpiador para el espejo de tu conciencia, como la lluvia que lava las hojas. Y cuarto, confía en tu capacidad para mejorar. No eres tus errores; eres la persona que decide qué hacer con ellos, como un árbol que crece más fuerte tras la poda.


Para cerrar, imagina que este viernes, al comenzar el fin de semana, decides hacer un pequeño experimento, uno que Concha aplaudiría con entusiasmo desde su rincón mallorquín: vivir un día entero escuchando a tu conciencia. Cada vez que tomes una decisión, por pequeña que sea, haz una pausa y pregúntate: ¿esto me acerca a la persona que quiero ser? Al final del día, mírate al espejo –literal o metafóricamente– y observa cómo te sientes. Mi apuesta es que, si sigues esa voz interior, encontrarás una paz que vale más que cualquier placer fugaz.

Tú tienes el poder de pulir el espejo de tu conciencia, de hacer que refleje lo mejor de ti. No ignores esa voz, no apagues esa luz. Como decía Platón, “somos doblemente armados si luchamos con fe en nuestro corazón”. Que tu conciencia sea tu aliada, tu guía, tu refugio. Y que, al mirarte en ella, siempre encuentres un reflejo del que puedas estar orgulloso, como Concha, que con su amor por la naturaleza y sus preguntas profundas me recuerda que la vida es un regalo para ser vivido con verdad.




sábado, 7 de septiembre de 2024

La Serenidad: Un Cultivo Constante para el Alma

 




"La serenidad es el puerto seguro al cual navegamos en medio de las tormentas de la vida", afirmaba el filósofo estoico Epicteto. Esta tranquilidad interior, lejos de ser un estado pasivo, es un cultivo constante que requiere atención y práctica. Al igual que un jardín necesita cuidados para florecer, nuestra mente necesita ser cultivada para alcanzar la serenidad.

Las Cadenas del Pensamiento Limitante

A menudo, nos encontramos atrapados en una red de pensamientos negativos y limitantes. Frases como "Nunca seré lo suficientemente bueno" o "El mundo es un lugar peligroso" generan ansiedad y estrés innecesarios. Es crucial reconocer estos patrones de pensamiento y reemplazarlos por afirmaciones positivas y realistas. Como decía el filósofo budista Thich Nhat Hanh, "Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo".

El Camino hacia la Serenidad

El camino hacia la serenidad es un viaje personal, pero existen algunas prácticas universales que pueden ayudarnos a alcanzarla:

  • Mindfulness: La práctica de la atención plena nos permite observar nuestros pensamientos y emociones sin juzgarlos. Al estar presentes en el momento presente, reducimos la ansiedad y cultivamos la aceptación.
  • Respiración consciente: La respiración es un ancla que nos conecta con el cuerpo y nos ayuda a calmar la mente. Al prestar atención a nuestra respiración, podemos regular nuestras emociones y reducir el estrés.
  • La naturaleza como maestra: La naturaleza nos ofrece un espacio de calma y renovación. Pasear por un parque, escuchar el sonido de las olas o simplemente observar el cielo pueden ser experiencias profundamente relajantes.
  • La gratitud: Cultivar la gratitud nos ayuda a apreciar las cosas buenas de nuestra vida y a reducir el enfoque en lo negativo.


El Autodominio: La Clave del Éxito

El autodominio es la capacidad de controlar nuestros pensamientos, emociones y acciones. Al desarrollar el autodominio, nos volvemos más resilientes y menos propensos a dejarnos llevar por impulsos destructivos. Como decía el filósofo estoico Marco Aurelio, "No te dejes dominar por el dolor, no te dejes arrastrar por el placer, no te dejes engañar por la fama".

La Importancia de las Relaciones

Nuestras relaciones con los demás influyen significativamente en nuestra felicidad. Al cultivar relaciones basadas en el respeto, la empatía y la comunicación abierta, podemos crear un entorno más pacífico y armonioso. Como decía Aristóteles, "El hombre es por naturaleza un animal social".

La Sabiduría de Dejar Ir

Aprender a soltar aquello que ya no nos sirve es esencial para alcanzar la serenidad. Esto incluye pensamientos negativos, relaciones tóxicas y posesiones materiales. Como decía el Buda, "No hay camino a la felicidad. La felicidad es el camino".

La Serenidad como un Estilo de Vida

La serenidad no es un destino al que llegar, sino un estilo de vida que se cultiva día a día. Al incorporar prácticas como la meditación, la gratitud y el autocuidado en nuestra rutina diaria, podemos transformar nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.

Conclusión

La serenidad es un regalo que podemos darnos a nosotros mismos y a los demás. Al cultivar la calma interior, podemos vivir una vida más plena, significativa y feliz. Como decía el filósofo romano Séneca, "La vida es como una tempestad en el mar; y el hombre feliz es aquel que, aunque sacudido por las olas, sabe hacia qué puerto se dirige".


domingo, 14 de julio de 2024

Mi hogar es donde tú estás


En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía una joven llamada Clara. Desde niña, siempre había soñado con viajar y conocer el mundo. Sin embargo, había algo que la mantenía anclada a su hogar: su abuela, Elena.

 

Elena era una mujer sabia y cariñosa, que había criado a Clara desde que sus padres fallecieron en un accidente. Juntas, habían construido una vida llena de amor y recuerdos en la vieja casa de piedra que había pertenecido a la familia por generaciones.

 

Un día, Clara recibió una oferta de trabajo en una ciudad lejana. Era la oportunidad que siempre había esperado, pero la idea de dejar a su abuela la llenaba de tristeza. Elena, con su habitual serenidad, le dijo: “Clara, mi querida, tu hogar no es esta casa. Tu hogar es donde tú te sientas amada y feliz. Ve y sigue tus sueños. Siempre estaré contigo, en tu corazón.”

 

Con lágrimas en los ojos, Clara abrazó a su abuela y partió hacia la ciudad. Al principio, todo era nuevo y emocionante, pero pronto comenzó a sentir la soledad. Las luces brillantes y el bullicio de la ciudad no podían llenar el vacío que sentía en su corazón.

 

Una noche, mientras paseaba por un parque, Clara vio a una anciana sentada en un banco, sola y triste. Se acercó y, al hablar con ella, descubrió que también extrañaba a su familia. Clara, recordando las palabras de su abuela, decidió acompañarla y escuchar sus historias.

 

Con el tiempo, Clara y la anciana, cuyo nombre era Rosa, se convirtieron en grandes amigas. Clara se dio cuenta de que, al brindar amor y compañía a Rosa, también estaba encontrando un nuevo hogar en su corazón.

 

Un día, Clara recibió una carta de su abuela. En ella, Elena le contaba cómo había encontrado paz y felicidad en saber que Clara estaba siguiendo sus sueños y haciendo una diferencia en la vida de otros. “Recuerda, mi querida,” escribió Elena, “mi hogar es donde tú estás. Siempre estaré contigo, no importa dónde vayas.”

 

Clara sonrió al leer la carta y sintió una calidez en su corazón. Entendió que el verdadero hogar no es un lugar físico, sino los lazos de amor y cariño que compartimos con aquellos que amamos. Y así, Clara continuó su viaje, sabiendo que su hogar siempre estaría con ella, dondequiera que estuviera.

viernes, 7 de junio de 2024

Siempre hacia el horizonte




Es acertado dirigir nuestra mirada siempre hacia arriba, hacia lo que nos inspira ánimo y esperanza.

Cuando contemplamos las maravillas del cielo, las estrellas, la belleza de la luna o el poder regenerador del sol, surge en nosotros el deseo de progresar, de conectarnos con lo divino y de experimentar la felicidad. Sin embargo, si mantenemos nuestra vista constantemente hacia abajo, enfocándonos en el suelo, en las dificultades y en el desaliento, corremos el riesgo de limitar nuestros horizontes y de perder la confianza en la vida y en las expectativas positivas. Esta actitud puede agotar nuestras energías y esperanzas. 

Por tanto, cambiemos nuestra actitud rápidamente. Volvamos la mirada al cielo, reflexionemos sobre nuestro Creador y decidamos: “Soy feliz, llevo conmigo grandes alegrías. Mi conciencia está tranquila y vibrante, lo que me brinda paz interior. 

Pondré en práctica la felicidad que tengo y la compartiré con quienes me rodean.” No dudemos de que estos pensamientos positivos generan paz, fortaleza interior y progreso en nuestra vida cotidiana, mejorando nuestra calidad de vida. 

Cultivémoslos constantemente. Recordemos que, al generar energía positiva, somos los primeros beneficiados. Entonces, ¿por qué no seguir esta premisa?



viernes, 8 de marzo de 2024

Buscando la felicidad

El cultivo del espíritu y del cuerpo son fundamentales para lograr una vida plena, que consiste no tanto en cumplir muchos años como en vivir a cabalidad los que nos depare el destino. Toda vida es suficiente si la vivimos con plenitud. Nuestra longevidad depende del destino, pero vivir plenamente depende de nosotros. Debemos cuidar, pues, nuestro cuerpo sin ser esclavos de él, cultivar nuestra mente y beber en la fuente de los mejores autores sin dejarnos abrumar por el exceso de libros, pues quien está en todas partes no está en ninguna. La ambición de acumular cosas y riquezas va en detrimento de la realización del ser. No es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona más. Vivamos con moderación, conforme a la naturaleza, que exige poco y todo lo hace fácil. No permitamos que la carga del pasado y la expectación del futuro arruinen nuestras vivencias del presente. Para hallar el equilibrio y la moderación es conveniente que nos inspiremos siempre en un modelo de hombre. Deberíamos realizar nuestras obras pensando que nos observa un hombre virtuoso, como lo hizo Lucilio respecto de su maestro y amigo Séneca. La filosofía, como medio para alcanzar la felicidad, ha de apoyarse en la vida y en los hechos, no en meras palabras. La filosofía es, pues, la sabiduría, y ésta debe ser el arte de la vida ejercida con plenitud. De ahí que debamos buscar primero la sabiduría antes que la riqueza. Sólo la sabiduría proporciona el gozo permanente. Pero no basta con que sepamos dónde hallar la felicidad, es preciso saber llegar a ella.  La lograremos cuando no estemos afligidos, cuando las esperanzas no perturben nuestra alma, cuando alcancemos la serenidad. Aprovechemos el tiempo y la brevedad de la vida, sabiendo que el bien no se encuentra en su duración, sino en su utilización. Es frecuente que haya vivido poco quien ha cumplido muchos años.

 

La codicia de los placeres es contraria al gozo y a la sabiduría, el hombre es de apetitos ilimitados, y esto lo desequilibra y lo hace más vulnerable e injusto, convirtiéndose en una fuente de sufrimientos. Debemos modelar nuestra alma antes de que el vicio nos la endurezca, siendo preciso reconocer nuestros defectos y procurar corregirlos, pues no hacerlo constituye nuestro peor mal. Muchos males y molestias que nos acompañan desde la primera infancia son la cristalización de los deseos que, con las mejores intenciones, nos impusieron nuestros mayores. La virtud es conforme a la naturaleza, y los vicios le son contrarios. Un carácter firme y vigoroso puede encontrarse en cualquier cuerpo. Así como de una cabaña puede salir un gran hombre, un cuerpo deforme puede dar un alma bella y noble. Un cuerpo cualquiera se embellece con la hermosura del alma. Igual de loable es la virtud en un cuerpo fuerte y sano que en un cuerpo enfermo y postrado. Del mismo modo, nadie ama a su patria porque sea grande, sino porque es la suya. Los sentidos no juzgan moralmente, por eso la razón, que es la facultad rectora de nuestra vida, debe ser el árbitro de lo bueno y de lo malo. La honestidad es la cualidad óptima de la razón. El supremo bien del hombre radica en ajustar la conducta a los designios de la naturaleza. Pensemos que no hemos nacido sólo para un lugar, sino que, como dijo Sócrates, nuestra patria es el mundo entero. Pero hay que tener cuidado cuando viajamos buscando una terapia para el espíritu: muchas veces no es el cambio de lugar lo que precisamos, sino el cambio del estado de nuestra alma. Si viajamos a otros lugares sin encontrar alivio es porque llevamos con nosotros nuestros males y pesadumbres. Pero si nuestro estado de ánimo es propicio, encontraremos provecho en cualquier lugar al que lleguemos.

Fracasamos porque reflexionamos sobre los aspectos parciales de la vida, pero pocos lo hacen sobre el conjunto de la misma. Nuestros planes fallan con frecuencia porque no tienen una meta a la cual dirigirse: ningún viento es favorable a quien ignora a qué puerto se dirige, sobre todo si pensamos que también vivimos a merced del azar. Todo cambia, la tierra y la estructura del universo. Todo cuanto existe cumple un destino: nacer, desarrollarse y morir, pero no se pierde, se disuelve. Para nosotros la disolución es la muerte: morir es cumplir con el destino del universo. Por eso debemos obrar haciendo que cada momento sea nuestro, pero para ello debemos aprender a ser dueños de nosotros mismos. Es tarea hermosa la de consumar la vida antes de que llegue la muerte, para esperarla con serenidad el tiempo que nos resta.

martes, 12 de abril de 2022

Viaje a la ¡victoria!

En la vida, no es sólo con la victoria que vencemos. Incluso nos beneficiamos de la simple participación si sabemos aprovechar el aprendizaje durante nuestro camino. La vida es una lucha constante, y cada día es una batalla, ya sea dentro de nosotros mismos, en la sociedad o, de manera especial, en nuestra propia familia.

Cuando tenemos un ideal, ganar y perder es parte del juego, porque lo que cuenta es el entrenamiento y la experiencia que adquirimos, y es lo que nos fortalece en el día a día, acercándonos al logro de la meta.

Pero, para el alcance definitivo de la meta y la victoria, existen valores invisibles a los ojos, pero sensibles e indispensables para el corazón, porque estos son los valores que traerán consigo la nobleza, la dignidad y la verdad. placer por la conquista.

Y en nuestro viaje, la cualidad de la victoria solo se logrará si los valores de honestidad, respeto, amistad, compañerismo y amor están arraigados en ella. Y no compramos estos valores, tenemos que conquistarlos a lo largo de nuestro viaje por la vida.

¡No cometer errores! ¡Las victorias logradas a costa de la mentira, el engaño y el engaño no tienen valor, y se diluirán con el tiempo y con el calor de la verdad, en lo que comúnmente se define como una “victoria pírrica”!

A partir de este martes, consolidemos cada vez más nuestras victorias diarias en las estructuras inquebrantables de la verdad, la honestidad y el amor fraterno. ¿De qué sirve una “victoria” si no podemos descansar en paz sobre ella?

Gracias

jueves, 11 de septiembre de 2014

Honra a tu padre y a tu madre



He atravesado un periodo difícil marcado por una avalancha de problemas que han coincidido desafortunadamente. 

Han sido tantas las dificultades, que me han pensar injustificadamente que todo está mal y que no estaba en mi mano solucionarlo, es decir, en un momento dado la situación llegó a un punto en que me desbordó totalmente.

Con todo lo dicho anteriormente a mis espaldas, el colmo ha ocurrido con el fallecimiento de una persona muy cercana y querida por mí. En torno a este drama he podido observar hasta qué punto puede llegar la especie humana en lo referente a la hipocresía, fingimiento, doblez, falsedad, o llámenlo Ustedes como quieran. He presenciado como unos hijos, fingían como plañideras en torno al cadáver de la madre (viuda) que dio su vida por ellos, a la cual abandonaron y repudiaron hace 6 años. Esta falta de escrúpulos  me ha hecho reflexionar sobre el valor tienen los padres. Lo dice servidor que soy padre, abuelo y no tengo la suerte de conservar unos padres que se marcharon muy jóvenes al Oriente Eterno.

Como acostumbro en los casos en los que reflexiono, echando mano de un antigua Biblia que conservo, y como absorbido por la inercia, me he topado con una frase que hacía mucho tiempo no escuchaba “Honra a tu padre y a tu madre” Éxodo 20:12; no es sólo un precepto religioso, sino un importante principio espiritual en nuestro camino para alcanzar la paz interior y la realización.

Existen ciertas personas a quienes nunca podremos pagar de vuelta los regalos que nos han otorgado, y las primeras y principales de esas personas son nuestros padres quienes nos trajeron a este mundo. Esto no quiere decir que siempre debemos estar de acuerdo con nuestros padres, tampoco quiere decir que tenemos que estar alrededor de ellos si son destructivos para nuestro crecimiento personal. Aun así, pese a cualquier cosa, podemos honrar a nuestros padres al honrar la vida que nos dieron.

Sentir una profunda apreciación por el regalo que nuestros padres nos dieron, el regalo de la vida, es más importante que cualquier acción física que podamos llevar a cabo a favor de ellos.

De las plañideras, mejor no sigo escribiendo.