viernes, 17 de julio de 2020

No a la desesperanza



No puede haber tristeza que pueda matar la esperanza. Cuando alguien baja la cabeza y dice que ha perdido la esperanza, Dios también puede bajar la cabeza y decir que ha perdido a alguien.

Si la debilidad domina nuestro espíritu, un anhelo nos asfixia, un problema nos aflige y sentimos que estamos en un camino aparentemente sin esperanza, recordemos el milagro de la vida, las oportunidades que nos rodean y creemos con gran fe en la fuerza de la esperanza que viene de arriba.

Es importante saber que hay una solución para todo, incluso para lo que creemos que es imposible, porque la desesperación socava nuestra fuerza, debilita la razón y ciega nuestro espíritu.

En estos momentos es necesario que abramos las ventanas de la mente y miremos el mundo que nos rodea, viendo los males y las penas de los demás, el hambre, la miseria, las enfermedades y tantos niños en las calles sin futuro ni vida. Allí, nos daremos cuenta de cuán pequeños son nuestros problemas y concluiremos que somos nosotros los que los hacemos más grandes con nuestra inexperiencia, pesimismo, falta de fe y esperanza, y ni siquiera recordamos la infalible protección divina.

Hagamos ejercicio de nuestra sabiduría, que no es solo para distinguir el bien del mal, sino también para saber cómo distinguir del mal, el problema más pequeño, y comenzar a derrotarlos uno por uno, ganando más fuerza y ​​experiencia cada día.

A partir de este momento, tengamos siempre presente que ninguna situación, ni siquiera nadie, merece nuestras lágrimas, porque quien las merezca nunca nos hará llorar.


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