Lo que el maestro Jesús y El Bosco nos enseñan sobre la vida
Imagina que estás en un mercado polvoriento, rodeado de
ruido, comerciantes gritando y el tintineo de monedas. De pronto, te fijas en
un hombre sentado en un pequeño puesto, recaudando impuestos. No es alguien
popular, más bien todo lo contrario: la gente lo mira con desprecio, lo
considera un traidor, un pecador. Pero entonces, el maestro Jesús se acerca y,
sin dudarlo, le dice: "Sígueme". Y tú, que estás observando, te
sorprendes al ver que ese hombre, Leví, lo deja todo y se va con él.
Más tarde, Leví organiza un gran banquete en su casa. La
mesa está llena de personas como él: recaudadores de impuestos, pecadores,
gente que la sociedad ha apartado. Y allí, en medio de todos, está el maestro
Jesús, comiendo y bebiendo con ellos, como si fueran sus amigos. Algunos, los
más religiosos, los fariseos, no lo entienden. Se quejan, murmuran: "¿Por
qué te juntas con esa gente? ¿Por qué comes con ellos?". Y el maestro
Jesús, tranquilo, responde: "No son los sanos los que necesitan médico,
sino los enfermos. No he venido a buscar a los perfectos, sino a quienes
necesitan cambiar su vida".
Este relato, tan humano y directo, te invita a reflexionar
sobre quién eres, sobre tus propios errores, y también sobre cómo miras a los
demás. El maestro Jesús no se queda en las alturas, no se rodea solo de los
"puros". Va directo a quienes más lo necesitan, a los imperfectos, a
ti, a mí. Y aquí es donde entra en escena una obra de arte que, aunque pintada
hace más de quinientos años, sigue hablando de nosotros hoy: Los siete pecados
capitales y las cuatro últimas cosas, del pintor flamenco Hieronymus Bosch,
conocido como El Bosco.
El espejo de El Bosco: mirarte sin filtros
Piensa en esta pintura como un espejo. En el centro, un
gran círculo muestra los siete pecados capitales, pero no de forma abstracta o
lejana, como si fueran cuentos de hadas. El Bosco los dibuja tal y como los
vivimos cada día. Ahí está la ira, esa furia que te hace gritar o golpear algo
en un mal momento; la envidia, ese nudo en el estómago cuando ves lo que otros
tienen y tú no; la avaricia, el deseo de acumular más y más, aunque no lo
necesites; la gula, ese placer desmedido por comer o beber; la pereza, la
tentación de dejar todo para mañana; la lujuria, el deseo que ciega; y el
orgullo, esa voz interior que te dice que eres mejor que los demás.
Cada escena es tan real, tan cercana, que no puedes evitar
reconocerte en alguna de ellas. El Bosco no te deja escapar: te pone delante de
tus propios defectos, pero no para condenarte, sino para que pienses. En el
centro de ese círculo, hay un ojo, el Ojo de Dios, que todo lo ve. Y dentro de
ese ojo, está el maestro Jesús, no como un juez frío, sino como alguien que te
ofrece una salida, una posibilidad de cambiar.
Las cuatro esquinas de la vida
Pero la pintura no se queda ahí. En las cuatro esquinas, El
Bosco te muestra lo que viene después, lo que todos enfrentaremos algún día: la
muerte, el juicio, el cielo y el infierno. En la esquina de la muerte, ves a un
hombre en su lecho, a punto de partir, rodeado de demonios que quieren
arrastrarlo y ángeles que luchan por salvarlo. En la del juicio, el maestro
Jesús aparece decidiendo el destino de las almas, mientras ángeles y demonios
pelean. En el cielo, los salvados entran en un paraíso de paz. Y en el
infierno, un caos oscuro donde los tormentos son eternos.
Es una imagen dura, sí, pero también esperanzadora. Porque,
aunque los pecados están por todas partes, el maestro Jesús está en el centro,
recordándote que siempre hay una opción: cambiar, mejorar, pedir ayuda. La
pintura de El Bosco no es solo un cuadro, es un mensaje. Te dice: "Mírate,
reconoce tus fallos, pero no te rindas. La salvación está al alcance".
Un mensaje para la reflexión
Vuelve al banquete de Leví. Piensa en esa mesa llena de
gente imperfecta, y en el maestro Jesús sentado entre ellos. Ahora imagina que
tú estás allí, en esa mesa. No importa lo que hayas hecho, no importa lo lejos
que te sientas de la perfección. El maestro Jesús no te pide que seas perfecto,
solo que lo sigas, que intentes ser mejor. Y la pintura de El Bosco, con su
crudeza y su esperanza, te recuerda lo mismo: el pecado está ahí, sí, pero
también la posibilidad de redimirte.
Así que, la próxima vez que te sientas perdido, o que
juzgues a alguien por sus errores, recuerda esta historia y este cuadro.
Recuerda que el maestro Jesús no vino por los perfectos, sino por ti, por mí,
por todos nosotros. Y recuerda que, aunque el camino no es fácil, siempre hay
una mano tendida para ayudarte a levantarte.
Cuando el mensaje llega porque es profundo y sincero, cuando la sintaxis roza la perfección y puedes leer sin esfuerzo, cuando coincidimos porque lo contrario sería insultar la inteligencia....nace una emoción en tu interior que te permite decir, gracias, de corazón, por acercarnos hacia esa "luz" que nos debe permitir ver en la oscuridad en la que otros nos quieren hacer vivir.
ResponderEliminarCuando el mensaje llega porque es profundo y sincero, cuando la sintaxis roza la perfección y puedes leer sin esfuerzo, cuando coincidimos porque lo contrario sería insultar la inteligencia....nace una emoción en tu interior que te permite decir, gracias, de corazón, por acercarnos hacia esa "luz" que nos debe permitir ver en la oscuridad en la que otros nos quieren hacer vivir.
ResponderEliminarEnhorabuena por tus reflexiones. ¡Extraordinario!
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