No cuesta mucho prestar más atención a lo que decimos o hacemos. Es necesario estudiar el momento, las circunstancias y, sobre todo, tener presente que nuestro prójimo, como nosotros, también es hijo de Dios, con sentimientos, conciencia y espíritu.
La buena conducta resulta del cultivo del buen carácter. Cuando respetamos la sensibilidad de los demás y somos considerados con ellos, tanto en pensamientos como en acciones, estamos almacenando bendiciones divinas para nuestras vidas e iluminando nuestros corazones con las luces de la nobleza espiritual.
Y no permitamos que estas luces se apaguen, ni siquiera si, a veces, la tristeza, las revueltas y el mal, a toda costa, quieren tomarnos el pulso y el rumbo de nuestras acciones. Ante los contratiempos, reflexionemos seriamente y reaccionemos con firmeza y mucho amor y, sobre todo, en silencio, hablemos con nuestro Creador. ¡Y todo se resolverá!
Estemos seguros de que es a través del poderoso silencio de nuestra conciencia que hablamos sinceramente con el Creador ¡Y Él nunca dejará de escucharnos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario