Son varios tipos de personas
que me llaman la atención: Aquellos personas que aunque viven sin poder
perdonar experimentan una continua lucha consigo mismos porque saben que
deberían perdonar. Otras que no perdonan ni por equivocación. Viven instalados
sistemáticamente en el rencor, en el odio y ni se plantean que podrían perdonar
o reconciliarse con quien está peleado. Pero toda cruz tiene su cara,
existiendo otras personas que tienen la suerte de vivir la experiencia del
perdón. Han podido perdonar y se saben perdonados. Sinceramente los que más me
preocupan son la segunda clase de personas porque al vivir instalados en el
rencor y el odio se destruyen por dentro por muy gallitos que se ponga frente a
los demás. En el fondo son unos desgraciados.
No se trata tanto de hacer el idiota implorando el perdón a quien
se lo hemos pedido veinte veces, sino de favorecer las condiciones para que el
perdón venza al odio. Y para eso es importante “ponerse a huevo”,
permítanme la expresión.
Una vez, preguntaron a Jesús de Nazaret cuántas veces
había que perdonar, que si había que perdonar 7 veces, siete como sabe es
número de abundancia. Por tanto lo que preguntaban es si había que perdonar
muchas veces, a lo que Jesús respondió, no te digo 7 veces, sino setenta veces
siete. Es decir, siempre que haga falta. Pues ya lo sabemos. Y es bueno
recordarlo. Porque a veces vivimos de espaldas al perdón.
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