Hoy traigo a colación un tema del que mucha gente prefiere no hablar. Algo malentendido, malinterpretado… ¿adivinas qué es?
¡Exacto, la muerte!
Cuando menciono esta palabra en conversaciones cotidianas,
se genera un silencio… la gente prefiere no hablar de ello. Como si por
ignorarla no se fueran a morir nunca. Para muchos es el gran misterio, lo
desconocido, lo inevitable. Y, para la mayoría, el gran miedo de sus vidas. A
muchos les aterroriza, les paraliza.
¿Por qué? Por la opinión que tienen de ella. Opinión
generada por sus creencias, que a su vez son heredadas de sus juicios,
educación, entorno social, etc.
Pero esta opinión se puede cambiar. No sólo para perderle el
miedo, sino para vivir mejor.
Todo comienza por hacer el ejercicio relativo a la
disciplina del juicio. Con paciencia, veremos que no tiene sentido preocuparse
por la muerte.
Desde un punto de vista lógico, no tiene sentido preocuparse
por algo que va a suceder seguro, antes o después. Si no tiene solución, ¿para
qué te preocupas? Lo que sí tiene sentido es vivir de manera tan consciente
que, cuando venga, podamos quitarle la máscara, mirarle a los ojos y decirle:
te estaba esperando.
Por ello, debemos trabajar por despojar a la muerte de
nuestros juicios, de nuestras preferencias, de nuestras opiniones no elegidas
por nosotros. Así, nos daremos cuenta de que morir sólo es un cese de vivir.
No debería preocuparnos el “cese”, sino el “vivir”. Cuándo
llega el cese no lo podemos controlar. Cómo es el vivir, sí.
Decía Séneca que somos necios porque nos preocupamos mucho
por alargar la vida en vez de por vivirla. No puedo estar más de acuerdo con
él.
Vivió tan conforme a esta idea, a base de practicarla, que sabemos por Tácito que, cuando a Séneca le ordenaron suicidarse, hizo lo siguiente: Sin dejarse turbar, pide Séneca su testamento y, ante la negativa del centurión, se vuelve hacia sus amigos, diciendo que, “puesto que se le prohibía agradecer sus servicios, les deja al menos el único bien que le restaba, pero el más hermoso de todos: la imagen de su vida”.
Y no sólo eso, sino que con serenidad a quienes lloraban su
muerte “qué había venido a ser sus lecciones de prudencia, dónde estaban los
principios que habían meditado durante tantos años contra la fatalidad”.
¡Qué bello ejemplo! ¿No es así? Nos demuestra que cómo
vivimos y cómo morimos se puede entrenar y practicar. Otra cosa es que no
tengamos la grandeza de espíritu para hacerlo. Que prefiramos virar hacia lo
cómodo. Pero, posible, desde luego, es.
Ya hemos despojado a la muerte de nuestros juicios. Ahora,
¿por dónde continuar?
Por donde nos recomendaban los estoicos: meditando sobre
ella con frecuencia. Familiarizándonos con su cercanía.
Así lo explica el filósofo Epicteto, en unas inspiradoras líneas:
“Que la muerte y el exilio estén a diario ante tus ojos,
pero sobre todo la muerte; y nunca abrigarás un pensamiento abyecto, ni
codiciarás ansiosamente nada”.
Cuando entendemos esto, podemos decir con serenidad lo mismo
que decía Epicteto: “Si tengo que morir ahora, entonces moriré
ahora. Pero si tengo que morir más tarde, entonces ahora voy a cenar porque es
la hora de cenar”.
Ejemplos Históricos
La historia está llena de ejemplos de personas que
enfrentaron la muerte con valentía y serenidad. Aquí algunos de ellos:
Sócrates: El filósofo griego Sócrates fue condenado a muerte
por corromper a la juventud de Atenas y por impiedad. Aceptó su sentencia con
calma y pasó sus últimos momentos discutiendo sobre la inmortalidad del alma
con sus discípulos. Bebió la cicuta sin temor, demostrando su creencia en la
filosofía que había enseñado toda su vida.
Juana de Arco: La joven guerrera y santa francesa fue
quemada en la hoguera a los 19 años. A pesar de las torturas y el juicio
injusto, mantuvo su fe y valentía hasta el final, convencida de que estaba
cumpliendo la voluntad divina.
Mahatma Gandhi: El líder pacifista indio fue asesinado en
1948. Gandhi había vivido su vida predicando la no violencia y la verdad, y
enfrentó su muerte con la misma serenidad con la que había vivido. Sus últimas
palabras fueron una bendición para su asesino.
Nelson Mandela: Aunque no murió en circunstancias violentas,
Mandela pasó 27 años en prisión, enfrentando la posibilidad de la muerte en
cualquier momento. Su capacidad para perdonar y su lucha por la justicia y la
igualdad hasta el final de sus días son un testimonio de su grandeza de
espíritu.
Reflexión Final
Aceptar la muerte como parte natural del ciclo de la vida nos permite apreciar y valorar cada momento que tenemos. Nos ayuda a enfocarnos en lo verdaderamente importante y a vivir de manera más auténtica. Además, comprender que la muerte es parte de la vida nos ayuda a enfrentar mejor el proceso de duelo cuando perdemos a un ser querido.
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