En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía una joven llamada Clara. Desde niña, siempre había soñado con viajar y conocer el mundo. Sin embargo, había algo que la mantenía anclada a su hogar: su abuela, Elena.
Elena era una mujer sabia y cariñosa, que
había criado a Clara desde que sus padres fallecieron en un accidente. Juntas,
habían construido una vida llena de amor y recuerdos en la vieja casa de piedra
que había pertenecido a la familia por generaciones.
Un día, Clara recibió una oferta de trabajo
en una ciudad lejana. Era la oportunidad que siempre había esperado, pero la
idea de dejar a su abuela la llenaba de tristeza. Elena, con su habitual
serenidad, le dijo: “Clara, mi querida, tu hogar no es esta casa. Tu hogar es
donde tú te sientas amada y feliz. Ve y sigue tus sueños. Siempre estaré
contigo, en tu corazón.”
Con lágrimas en los ojos, Clara abrazó a su
abuela y partió hacia la ciudad. Al principio, todo era nuevo y emocionante,
pero pronto comenzó a sentir la soledad. Las luces brillantes y el bullicio de
la ciudad no podían llenar el vacío que sentía en su corazón.
Una noche, mientras paseaba por un parque,
Clara vio a una anciana sentada en un banco, sola y triste. Se acercó y, al
hablar con ella, descubrió que también extrañaba a su familia. Clara,
recordando las palabras de su abuela, decidió acompañarla y escuchar sus
historias.
Con el tiempo, Clara y la anciana, cuyo
nombre era Rosa, se convirtieron en grandes amigas. Clara se dio cuenta de que,
al brindar amor y compañía a Rosa, también estaba encontrando un nuevo hogar en
su corazón.
Un día, Clara recibió una carta de su abuela.
En ella, Elena le contaba cómo había encontrado paz y felicidad en saber que
Clara estaba siguiendo sus sueños y haciendo una diferencia en la vida de
otros. “Recuerda, mi querida,” escribió Elena, “mi hogar es donde tú estás.
Siempre estaré contigo, no importa dónde vayas.”
Clara sonrió al leer la carta y sintió una
calidez en su corazón. Entendió que el verdadero hogar no es un lugar físico,
sino los lazos de amor y cariño que compartimos con aquellos que amamos. Y así,
Clara continuó su viaje, sabiendo que su hogar siempre estaría con ella,
dondequiera que estuviera.
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