El cultivo del espíritu y del cuerpo son fundamentales para lograr una vida plena, que consiste no tanto en cumplir muchos años como en vivir a cabalidad los que nos depare el destino. Toda vida es suficiente si la vivimos con plenitud. Nuestra longevidad depende del destino, pero vivir plenamente depende de nosotros. Debemos cuidar, pues, nuestro cuerpo sin ser esclavos de él, cultivar nuestra mente y beber en la fuente de los mejores autores sin dejarnos abrumar por el exceso de libros, pues quien está en todas partes no está en ninguna. La ambición de acumular cosas y riquezas va en detrimento de la realización del ser. No es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona más. Vivamos con moderación, conforme a la naturaleza, que exige poco y todo lo hace fácil. No permitamos que la carga del pasado y la expectación del futuro arruinen nuestras vivencias del presente. Para hallar el equilibrio y la moderación es conveniente que nos inspiremos siempre en un modelo de hombre. Deberíamos realizar nuestras obras pensando que nos observa un hombre virtuoso, como lo hizo Lucilio respecto de su maestro y amigo Séneca. La filosofía, como medio para alcanzar la felicidad, ha de apoyarse en la vida y en los hechos, no en meras palabras. La filosofía es, pues, la sabiduría, y ésta debe ser el arte de la vida ejercida con plenitud. De ahí que debamos buscar primero la sabiduría antes que la riqueza. Sólo la sabiduría proporciona el gozo permanente. Pero no basta con que sepamos dónde hallar la felicidad, es preciso saber llegar a ella. La lograremos cuando no estemos afligidos, cuando las esperanzas no perturben nuestra alma, cuando alcancemos la serenidad. Aprovechemos el tiempo y la brevedad de la vida, sabiendo que el bien no se encuentra en su duración, sino en su utilización. Es frecuente que haya vivido poco quien ha cumplido muchos años.
La codicia de los placeres es contraria al gozo y a la sabiduría, el hombre es de apetitos ilimitados, y esto lo desequilibra y lo hace más vulnerable e injusto, convirtiéndose en una fuente de sufrimientos. Debemos modelar nuestra alma antes de que el vicio nos la endurezca, siendo preciso reconocer nuestros defectos y procurar corregirlos, pues no hacerlo constituye nuestro peor mal. Muchos males y molestias que nos acompañan desde la primera infancia son la cristalización de los deseos que, con las mejores intenciones, nos impusieron nuestros mayores. La virtud es conforme a la naturaleza, y los vicios le son contrarios. Un carácter firme y vigoroso puede encontrarse en cualquier cuerpo. Así como de una cabaña puede salir un gran hombre, un cuerpo deforme puede dar un alma bella y noble. Un cuerpo cualquiera se embellece con la hermosura del alma. Igual de loable es la virtud en un cuerpo fuerte y sano que en un cuerpo enfermo y postrado. Del mismo modo, nadie ama a su patria porque sea grande, sino porque es la suya. Los sentidos no juzgan moralmente, por eso la razón, que es la facultad rectora de nuestra vida, debe ser el árbitro de lo bueno y de lo malo. La honestidad es la cualidad óptima de la razón. El supremo bien del hombre radica en ajustar la conducta a los designios de la naturaleza. Pensemos que no hemos nacido sólo para un lugar, sino que, como dijo Sócrates, nuestra patria es el mundo entero. Pero hay que tener cuidado cuando viajamos buscando una terapia para el espíritu: muchas veces no es el cambio de lugar lo que precisamos, sino el cambio del estado de nuestra alma. Si viajamos a otros lugares sin encontrar alivio es porque llevamos con nosotros nuestros males y pesadumbres. Pero si nuestro estado de ánimo es propicio, encontraremos provecho en cualquier lugar al que lleguemos.
Fracasamos porque reflexionamos sobre los aspectos parciales de la vida, pero pocos lo hacen sobre el conjunto de la misma. Nuestros planes fallan con frecuencia porque no tienen una meta a la cual dirigirse: ningún viento es favorable a quien ignora a qué puerto se dirige, sobre todo si pensamos que también vivimos a merced del azar. Todo cambia, la tierra y la estructura del universo. Todo cuanto existe cumple un destino: nacer, desarrollarse y morir, pero no se pierde, se disuelve. Para nosotros la disolución es la muerte: morir es cumplir con el destino del universo. Por eso debemos obrar haciendo que cada momento sea nuestro, pero para ello debemos aprender a ser dueños de nosotros mismos. Es tarea hermosa la de consumar la vida antes de que llegue la muerte, para esperarla con serenidad el tiempo que nos resta.