Se supone que los adultos, aunque sea por experiencia, son capaces de gestionar
ese mal trago, por el que ya han pasado otras veces, y ya saben los pasos a
seguir. Pero los niños no. No es algo que se sepa hacer de serie, hay que
entrenarlo. Los niños hasta que no tienen 10 o 12 años no tienen empatía
social, no son capaces de entender que hay otras voluntades diferentes a las
suyas, y por eso de manera natural se comportan como si fueran el centro del
universo y como si solo porque desean algo tenga que cumplirse. Así es que hay
que enseñarles a modelar esa conducta, a ser empáticos y tolerar la frustración
cuando las cosas no salen como ellos quieren..............SIGUE >>
Hay padres que opinan que la manera de hacerlo, es anticipar, forzar de alguna manera esa frustración para que cuanto antes se les forme el carácter y puedan afrontar las situaciones que se les planteen en la vida. Otros en cambio, creen que a los niños hay que evitarles los sufrimientos mientras se pueda, porque ya será la vida la que se encargue de enseñarles lo que toque cuando llegue el momento. Y la gran mayoría de padres oscilan en algún grado entre estos dos puntos, dependiendo de propias experiencias, la situación, el carácter del niño, el propio...
Hay padres que opinan que la manera de hacerlo, es anticipar, forzar de alguna manera esa frustración para que cuanto antes se les forme el carácter y puedan afrontar las situaciones que se les planteen en la vida. Otros en cambio, creen que a los niños hay que evitarles los sufrimientos mientras se pueda, porque ya será la vida la que se encargue de enseñarles lo que toque cuando llegue el momento. Y la gran mayoría de padres oscilan en algún grado entre estos dos puntos, dependiendo de propias experiencias, la situación, el carácter del niño, el propio...
¿Qué es mejor? No hay una respuesta correcta, cada niño y cada situación
son diferentes. Sí hay que tener claro que en algún momento aparecerá
la frustración, y por ende el sufrimiento, que afectará a cada niño de forma
diferente. Así es que sería interesante que estuvieran entrenados para
afrontarlo, y que los padres estuvieran cerca para ayudarles y echarles una
mano.
Para un desarrollo sano de la personalidad es muy importante saber
reconocer con naturalidad las emociones que nos afectan para gestionarlas
correctamente, y empezar a hacerlo desde niños es lo mejor que se puede hacer.
Para solucionar lo que nos pasa primero hay que saber qué nos ocurre, y además
de solventarlo, sacar una experiencia positiva de ello.
Para empezar a ver cómo actúa el niño, es interesante dejar que
haga las cosas a su manera, conocer la lógica que utiliza, aunque sea
evidente que se va a equivocar. En ese proceso reconocerá para la próxima
qué es lo que tiene que repetir y lo que debe cambiar. Con lo que él solo podrá
encontrar la solución a lo que ha hecho mal. Ayúdale solo si lo pide y sin
excederse, dándole la máxima autonomía. Si es obvio que no está preparado para
algo, por su edad, o la tarea de la que se trata, tampoco es necesario
entregarlo a un fracaso previsible, que no servirá para que aprenda.
La frustración produce mella en quien la padece, y lo mejor es canalizarla
de forma positiva. Y lo primero que hay que hacer para que eso ocurra es hablar
de lo que pasa, por lo que tendrás que escucharlo atentamente, comprenderlo y
empatizar con él, y una vez identificada, no tener miedo a llamarla por su
nombre. Es lo que es, y el comienzo de un aprendizaje positivo. Porque se trata
de eso mismo, de revertir una emoción negativa, sacando una experiencia
positiva para aplicar a la próxima.
Y como todo en esta vida, es importante el ejemplo. Si como padre te
frustras de forma habitual, es bastante probable que tu hijo repita lo que ve
en ti y también actúe de la misma manera. Igual es un buen momento para
reeducar también tu manera de gestionar las emociones, a la vez que tu hijo lo
aprende.
Fuente: Pilar Happy.com
Fuente: Pilar Happy.com
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