Cuando empezamos a vivir liberados del deseo de controlar,
no sólo alcanzamos la paz interior, la meta de cualquier deseo, sino que
externamente nos vemos recompensados de un modo que desafía el pensamiento
convencional. Cuando empieza a desaparecer el deseo de cosas, se nos ofrecen
esas mismas cosas sin pedirlas y sin esfuerzo por nuestra parte. Esos dones no
se han buscado, y eso aumenta la alegría de recibirlos. También alienta la
humildad y una sensación de asombro a propósito de la perfecta armonía de la
consciencia pura y sus manifestaciones. Cualquier idea de control está fuera de
lugar, igual que una fiesta estudiantil en un monasterio.
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