El silencio es una de las realidades de las que, paradójicamente, más se habla. Constituye un tema permanente sobre el que se pueden escribir textos tan bellos como éste.
Con dignidad saben el bosque y la roca callar contigo. Vuelve a ser cual el árbol que amas, el de amplias ramas: silencioso y atento cuelga sobre el mar. Allí donde acaba la soledad comienza el mercado comienza también el ruido de los grandes actores y el zumbido de las moscas venenosas… El mundo gira en torno a los inventores de nuevos valores, gira sin que se lo perciba. Pero el pueblo y la fama giran en torno a los actores: así es como se mueve el mundo.
Es la invitación de Zaratustra, en Así habló Zaratustra de F. Nietzsche, a compartir la soledad silente de la naturaleza, hoy más necesaria que nunca en un mundo cada vez más ruidoso y desvinculado de lo natural. Un mundo fabricado desde determinadas instancias que han traído un exceso de verbalismo y de señales ruidosas, así como el desconocimiento y el alejamiento de uno consigo mismo.
Permite la meditación y la atención plena. |
La cultura de masas imposibilita el silencio y mercantiliza lo acústico disonante dotándolo de sentidos diversos. De tal manera que el ruido se ha ido vinculando en las últimas décadas a diferentes aspectos de la vida social. Se ha convertido en expresión de alegría, aunque muchas veces se trata más de estrépito y estridencia que de un contento natural. Tal es, por ejemplo, el vocerío y la bulla de los deportes de masa. También se ha infiltrado en la fiesta, de tal manera que la fiesta es sólo tal si va acompañada de potentes decibelios. Asimismo se ha considerado el ruido algo propio de la juventud. Cuando el ruido, en sí mismo, no es rasgo propio de ninguna edad, sino una interferencia innecesaria, artificial a menudo, con la que se invade y agrede la naturaleza silenciosa, tan propia como poco reconocida, del ser humano.
Paseando mis recuerdos, me llevan hasta la orilla blanca de ésta playa. |
Quien siempre ha tenido el poder de administrar y reglamentar la palabra y el silencio es la Institución. Ha sido muy pautada la ausencia de la palabra en los ámbitos monásticos del Occidente medieval –diferente del silencio autoimpuesto y elegido del eremitismo espiritual- y en determinados rituales, aunque actualmente estos contextos son cada vez más restringidos. En el ámbito político también se acalla a los ciudadanos, permitiéndoles la palabra una sola vez cada cuatro años. Y, en el contexto sanitario sucede frecuentemente que no existe el valor del intercambio, pues la palabra válida resulta ser la palabra funcional que confirma al médico frente al paciente que ha perdido el uso de ella. También, el espacio educativo es cada vez más un universo dictado, en donde la libertad de cátedra se restringe y los curriculums explícitos preestablecidos enmudecen la posibilidad de otras opciones.
Silencio y quietud. |
Existe, asimismo, la palabra inaceptada, que tan frecuentemente se desdeña e ignora en la vida cotidiana. Es la palabra que no se escucha, que el interlocutor traduce en ruido o ausencia de sentido. Ocurre cada vez que alguien dice algo pero lo expresado no se toma en consideración o se le despoja del sentido. Hecho bien descrito por las expresiones: como si oye llover o le entra por una oreja y le sale por la otra.
Hay veces que la palabra estorba y desaparece en el silencio íntimo de los amantes. De este silencio habla Meher Baba cuando les pregunta a sus discípulos del porque la gente se grita cuando está enojada. Después de escuchar las respuestas de éstos, y no satisfaciéndole ninguna de ellas, les explica que cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia. A diferencia de cuando dos personas se aman, no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo.
Por los caminos del silencio y la serenidad. Santiago de Compostela. |
La serenidad nos da el mejor don que los mortales podemos disfrutar: La contemplación |
Aitxus Iñarra: Profesora de la Universidad del País Vasco
ME ENCANTA LOS TEMAS QUE ESCRIBES O COMPARTES. MUY AGRADECIDA. LUCIA
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