domingo, 17 de abril de 2011

DEL AMOR AL DESAMOR


La pareja no es un camino de rosas.Los datos sobre separaciones y divorcios lo dejan patente. Desde que en el año 1981 entrara en vigor la Ley del divorcio y se fueran suavizando las posturas de la sociedad en torno a la ruptura matrimonial oficial, los números no hacen más que crecer cada año. Si en el 81 se dijeron adiós algo más de 17.000 parejas, en 1996 fueron 86.000 los matrimonios que hicieron aguas, 3.500 más que el año anterior, según datos del Consejo General del Poder Judicial. El dato de las parejas destruidas es significativo si sabe que en el 96 se constituyeron 190.780 matrimonios. Se ha triplicado, pues, la tasa de naufragios en tan sólo 15 años. El porcentaje de parejas que fracasan ha subido a la par que la cotización bursátil.
¿Es que el matrimonio ya no es un valor en alza o es que

Las parejas que se disuelven no es que no deseen estar casadas, es que quieren ser felices y que sus vástagos vivan en un clima adecuado. Cuando un matrimonio echa chispas, todos en el hogar acaban carbonizados. La separación no es un capricho. No hay que olvidar que nadie se dice adiós a la ligera. Por el contrario, dar el paso definitivo conlleva culpa y frustración. "Yo creo que las parejas luchan por su relación. Es verdad que buscan calidad, pero una calidad de vida mejor para todos: compañero, hijos y uno mismo. La angustia que sufren las personas que se separan es tremenda y muy real", explica Mª José Carrasco, terapeuta de pareja. En lo que han madurado las parejas que se hacen añicos es en su talente conciliador. No significa que las tensiones lógicas brillen por su ausencia. Pero se ha ganado en tolerancia y en comprensión. Un dato positivo que lo confirma, es en que el último año han aumentado en cerca de 2.000, las separaciones de mutuo acuerdo respecto a las del año anterior y tan sólo en 150 las que se produjeron sin fumar la pipa de la paz. En el caso de los divorcios no amistosos se pasó de 18.200 en el año 95 a 17.600 en el 96. En la primera mitad de los ochenta, tanto las separaciones como los divorcios sin acuerdo, duplicaban a los que se cerraban con un apretón de manos. Evidentemente, algo se ha ganado en estos años. Claro que la progresión de fracasos evidencia que formar pareja va más allá de la intervención de Cupido. Éstos son los siete pecados capitales, las causas más frecuentes dentro de la infinidad de conflictos que sufren las parejas de hoy:

Juventud. Cuanta menos edad sumen los cónyuges más posibilidades acumulan de diluir su unión en el futuro. Los jóvenes viven más el presente. El arrebato amoroso les empuja a tomar decisiones poco sopesadas sin reparar en el toma y daca que supone quererse bajo el mismo techo. En muchas ocasiones no se posee una idea clara de la pareja ni lo que se espera del otro. Un estudio de Asuntos Sociales sobre parejas y matrimonios de Inés Alberdi, Luis Flaquer y Julio Iglesias de Usell apunta que los entrevistados más felices eran los que habían dado el sí quiero más tarde. No obstante, el amor temprano no es un sinónimo sistemático de crack si ambos miembros saben evolucionar junto a sus sentimientos y necesidades. Las bodas tardías, un fenómeno generalizado en la actualidad, no se libran del peligro. Casarse ya con patas de gallo, significa renunciar a una forma asentada de vivir con uno mismo, en la que ceder y compartir no poseían demasiado protagonismo.
Decepción. En el día a día bajo el mismo techo, se descubren aspectos desconocidos de la pareja que, en algunas ocasiones, pueden dar al traste con la concepción que se tenía de ella o de él. "Durante las primeras etapas de la relación, es normal que cada uno trate de dar lo mejor de sí", explica Mª José Carrasco. Pero en las distancias cortas, uno asiste, a veces, impávido a cómo su amorcito no pretende volver a ver a sus amigos, ni alberga ninguna intención de compartir las tareas del hogar. "En un primer nivel, el conflicto suele estar centrado en la decepción. A veces, la aceptación del otro es un punto muy importante y hay que desarrollar habilidades para manejar la relación", concluye Carrasco.
Inmadurez. Difícil de solventar. Cuando uno de los tortolitos se ha quedado estancado en su infancia y no asume las responsabilidades adosadas a su elección, la situación suele ser insalvable. El enfrentamiento y malestar derivado de la imposibilidad de abandonar el chupete empuja la entente al precipicio. Inconstantes, caprichosos, demasiado fantasiosos y carentes de una visión realista sobre las consecuencias de sus actos, es preferible esperar a que crezcan antes que continuar dándoles oportunidades.



Egoísmo. Yo, mi, me, conmigo. "La pareja es una labor de equipo y cuando uno de los miembros no quiere jugar en igualdad de condiciones, el tándem tiende a romperse, por egoísmo excesivo en muchas ocasiones", asegura Alejandra Vallejo-Nágera autora de El amor no es ciego. El sentimiento amoroso no es puramente altruista. Cuando se da, uno espera recibir lo mismo a cambio, o al menos, en similar proporción. El intercambio de afecto, de entrega, de comprensión, de trabajo y de un largo etcétera si no es bidireccional logrará consumir el proyecto en común.

Falta de palabras. La incomunicación es uno de los pilares en los que acaban basándose muchas parejas. Se comienza por omitir un pequeño enfado con el ilusorio fin de preservar de grietas la convivencia. Sin embargo, la lista de silencios va engordando en igual proporción al resentimiento acumulado. Los miembros de la pareja terminan mostrando más confianza con el tendero que con quien duermen. Las parejas felices también regañan y se enfrentan a problemas. Diálogo y sinceridad imprescindibles para continuar juntos. Las quejas en voz alta, con precisión y claridad, restan relevancia al cabreo y minimizan el conflicto.

Autoengaño. La creencia de que uno logrará cambiar al narcisista seductor en un abducido que solo tenga ojos para ella o conseguir que a la adicta al piropo solo le satisfagan tus lindeces, es mentirse a uno mismo. La extendida técnica de la venda en los ojos nunca resulta. Tampoco prometen demasiado las uniones en las que uno de los miembros proyecta en el otro su ideal de persona y le disfraza de alguien que no es.



Rutina. Es un goteo lento pero seguro. No hay lugar para grandes broncas, sólo para una profunda desidia amorosa. "La apatía es lo peor de una relación. Cuando se instala el desinterés hay muy poco que hacer", sentencia la terapeuta Mª Jose Carrasco. Hay que esforzarse por mantener un intercambio saludable. Las mujeres se sienten más responsables de la calidad afectiva mientras que los hombres están más entrenados en otro tipo de estrategias. Ella se adelanta a sus necesidades y él prefiere organizar cenas, viajes, etc. El sueño de que el otro si te ama debe adivinar tus deseos es más propio de un cuento de hadas que de la vida terrenal.
los españoles se han vuelto más exigentes en el amor? Quizá habría que preguntarse cuáles son los motivos más reincidentes a la hora de analizar el fin de una relación para entender mejor el desamor de finales de siglo. Algunos sociólogos hablan del egocentrismo que reina en las actuales uniones. Dicen que la realización personal se sitúa en el primer puesto del ranking de
prioridades. Se señala con el dedo a los esposos de hoy en día y se les acusa de minar la familia, la institución más permanente de la historia de la civilización. Sin embargo, la familia no desaparece, ni se encuentra en crisis, simplemente evoluciona al mismo ritmo que lo hace la sociedad. "La clave del proceso de modernización familiar se explica en términos de individuación. Se pasa de una familia fruto de la necesidad y falta de alternativa a otra electiva, en la que se participa voluntariamente movidos por la libertad personal y la independencia económica. Lo cual no sólo no perjudica sino que beneficia las relaciones familiares", como recoge la socióloga Inés Alberdi en el Informe sobre la situación de la Familia en España.

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