miércoles, 19 de marzo de 2025

Para qué he vivido




Hoy, un H. muy querido me hizo llegar este texto extraordinario. Su lectura me impactó profundamente y resonó en mi interior de una manera que me llevó a reflexionar. Las ideas que encontré en él me parecieron tan valiosas que sentí la necesidad de compartirlas contigo, esperando que también te inspiren y te inviten a la reflexión.

"Para qué he vivido, por Bertrand Russell

[PÓRTICO]

 Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.

He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Eso era lo que buscaba y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin- he hallado.

Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.

El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacia volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.

Ésta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad."


El eco de las pasiones: Una reflexión sobre el legado de Russell y el sentido de la vida

El texto de Bertrand Russell, un susurro que ha viajado a través del tiempo, ha resonado en mi alma como un eco profundo. "Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas..." y así, el filósofo nos invita a un viaje íntimo a través de su existencia, un viaje que, en su esencia, es el viaje de todos nosotros.

¿Para qué vivimos? Esta pregunta, tan antigua como la humanidad misma, encuentra respuestas diversas en el corazón de cada individuo. Russell, con su honestidad brutal, nos revela las suyas: el amor, el conocimiento y la piedad. Tres pilares que sostuvieron su vida, tres faros que iluminaron su camino en medio de la oscuridad.

El amor, esa fuerza primigenia que nos arrastra hacia el otro, que nos hace sentir completos, que nos muestra la belleza de la conexión humana. Russell lo describe como un éxtasis, un gozo tan intenso que justifica la existencia misma. ¿Quién no ha experimentado esa chispa, esa llama que enciende el alma y nos hace sentir vivos? El amor nos rescata de la soledad, ese abismo frío e insondable que nos acecha, y nos muestra un atisbo de paraíso en la tierra.

El conocimiento, por su parte, es la sed insaciable que nos impulsa a explorar el mundo, a desentrañar sus misterios, a comprender la esencia de las cosas. Desde la inmensidad del cosmos hasta la complejidad del alma humana, el conocimiento nos invita a un viaje sin fin, un viaje que nos enriquece, nos transforma y nos permite dejar nuestra huella en el mundo. ¿No es acaso el conocimiento la herramienta que nos permite construir un futuro mejor?

Pero no podemos olvidar el dolor, el sufrimiento que nos rodea, la injusticia que nos indigna. La piedad, esa voz que clama por los oprimidos, por los desfavorecidos, por los que sufren, nos recuerda que somos parte de una humanidad compartida, que el dolor de uno es el dolor de todos. Russell, con su corazón compasivo, nos muestra la importancia de la empatía, de la solidaridad, de la lucha por un mundo más justo y equitativo.

Y es que la vida, como bien lo sabía Russell, es una mezcla de luces y sombras, de alegrías y tristezas, de amor y dolor. No podemos escapar del sufrimiento, pero podemos elegir cómo enfrentarlo. Podemos elegir amar, aprender, crecer, luchar. Podemos elegir vivir con pasión, con valentía, con esperanza.

El legado de Russell nos invita a reflexionar sobre nuestras propias pasiones, sobre los pilares que sostienen nuestras vidas. ¿Qué nos mueve? ¿Qué nos impulsa a seguir adelante? ¿Qué huella queremos dejar en el mundo?

La respuesta, como siempre, reside en nuestro interior. En la búsqueda constante de sentido, en la construcción de una vida que valga la pena ser vivida. Porque, al final, lo que importa no es cuánto tiempo vivimos, sino cómo vivimos.

viernes, 14 de marzo de 2025

Un banquete para los imperfectos:


Lo que el maestro Jesús y El Bosco nos enseñan sobre la vida

Imagina que estás en un mercado polvoriento, rodeado de ruido, comerciantes gritando y el tintineo de monedas. De pronto, te fijas en un hombre sentado en un pequeño puesto, recaudando impuestos. No es alguien popular, más bien todo lo contrario: la gente lo mira con desprecio, lo considera un traidor, un pecador. Pero entonces, el maestro Jesús se acerca y, sin dudarlo, le dice: "Sígueme". Y tú, que estás observando, te sorprendes al ver que ese hombre, Leví, lo deja todo y se va con él.

Más tarde, Leví organiza un gran banquete en su casa. La mesa está llena de personas como él: recaudadores de impuestos, pecadores, gente que la sociedad ha apartado. Y allí, en medio de todos, está el maestro Jesús, comiendo y bebiendo con ellos, como si fueran sus amigos. Algunos, los más religiosos, los fariseos, no lo entienden. Se quejan, murmuran: "¿Por qué te juntas con esa gente? ¿Por qué comes con ellos?". Y el maestro Jesús, tranquilo, responde: "No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a buscar a los perfectos, sino a quienes necesitan cambiar su vida".

Este relato, tan humano y directo, te invita a reflexionar sobre quién eres, sobre tus propios errores, y también sobre cómo miras a los demás. El maestro Jesús no se queda en las alturas, no se rodea solo de los "puros". Va directo a quienes más lo necesitan, a los imperfectos, a ti, a mí. Y aquí es donde entra en escena una obra de arte que, aunque pintada hace más de quinientos años, sigue hablando de nosotros hoy: Los siete pecados capitales y las cuatro últimas cosas, del pintor flamenco Hieronymus Bosch, conocido como El Bosco.

 

El espejo de El Bosco: mirarte sin filtros

Piensa en esta pintura como un espejo. En el centro, un gran círculo muestra los siete pecados capitales, pero no de forma abstracta o lejana, como si fueran cuentos de hadas. El Bosco los dibuja tal y como los vivimos cada día. Ahí está la ira, esa furia que te hace gritar o golpear algo en un mal momento; la envidia, ese nudo en el estómago cuando ves lo que otros tienen y tú no; la avaricia, el deseo de acumular más y más, aunque no lo necesites; la gula, ese placer desmedido por comer o beber; la pereza, la tentación de dejar todo para mañana; la lujuria, el deseo que ciega; y el orgullo, esa voz interior que te dice que eres mejor que los demás.

Cada escena es tan real, tan cercana, que no puedes evitar reconocerte en alguna de ellas. El Bosco no te deja escapar: te pone delante de tus propios defectos, pero no para condenarte, sino para que pienses. En el centro de ese círculo, hay un ojo, el Ojo de Dios, que todo lo ve. Y dentro de ese ojo, está el maestro Jesús, no como un juez frío, sino como alguien que te ofrece una salida, una posibilidad de cambiar.

 

Las cuatro esquinas de la vida

Pero la pintura no se queda ahí. En las cuatro esquinas, El Bosco te muestra lo que viene después, lo que todos enfrentaremos algún día: la muerte, el juicio, el cielo y el infierno. En la esquina de la muerte, ves a un hombre en su lecho, a punto de partir, rodeado de demonios que quieren arrastrarlo y ángeles que luchan por salvarlo. En la del juicio, el maestro Jesús aparece decidiendo el destino de las almas, mientras ángeles y demonios pelean. En el cielo, los salvados entran en un paraíso de paz. Y en el infierno, un caos oscuro donde los tormentos son eternos.

Es una imagen dura, sí, pero también esperanzadora. Porque, aunque los pecados están por todas partes, el maestro Jesús está en el centro, recordándote que siempre hay una opción: cambiar, mejorar, pedir ayuda. La pintura de El Bosco no es solo un cuadro, es un mensaje. Te dice: "Mírate, reconoce tus fallos, pero no te rindas. La salvación está al alcance".

 

Un mensaje para la reflexión

Vuelve al banquete de Leví. Piensa en esa mesa llena de gente imperfecta, y en el maestro Jesús sentado entre ellos. Ahora imagina que tú estás allí, en esa mesa. No importa lo que hayas hecho, no importa lo lejos que te sientas de la perfección. El maestro Jesús no te pide que seas perfecto, solo que lo sigas, que intentes ser mejor. Y la pintura de El Bosco, con su crudeza y su esperanza, te recuerda lo mismo: el pecado está ahí, sí, pero también la posibilidad de redimirte.

Así que, la próxima vez que te sientas perdido, o que juzgues a alguien por sus errores, recuerda esta historia y este cuadro. Recuerda que el maestro Jesús no vino por los perfectos, sino por ti, por mí, por todos nosotros. Y recuerda que, aunque el camino no es fácil, siempre hay una mano tendida para ayudarte a levantarte.