Cuando contemplamos las maravillas del cielo, las estrellas, la belleza de la luna o el poder regenerador del sol, surge en nosotros el deseo de progresar, de conectarnos con lo divino y de experimentar la felicidad.
Sin embargo, si mantenemos nuestra vista constantemente hacia abajo, enfocándonos en el suelo, en las dificultades y en el desaliento, corremos el riesgo de limitar nuestros horizontes y de perder la confianza en la vida y en las expectativas positivas. Esta actitud puede agotar nuestras energías y esperanzas.
Por tanto, cambiemos nuestra actitud rápidamente. Volvamos la mirada al cielo, reflexionemos sobre nuestro Creador y decidamos:
“Soy feliz, llevo conmigo grandes alegrías. Mi conciencia está tranquila y vibrante, lo que me brinda paz interior.
Pondré en práctica la felicidad que tengo y la compartiré con quienes me rodean.”
No dudemos de que estos pensamientos positivos generan paz, fortaleza interior y progreso en nuestra vida cotidiana, mejorando nuestra calidad de vida.
Cultivémoslos constantemente.
Recordemos que, al generar energía positiva, somos los primeros beneficiados. Entonces, ¿por qué no seguir esta premisa?