Lo sentimos a nuestro alrededor. Observemos la rutina rigurosa y maravillosa de la aurora, con el sol brillando constantemente al amanecer de cada día, con que Dios nos premia.
El agua bendita expandiendo la higiene y la salud, saciando la sed del hombre y de la tierra; aire puro, oxigenando el ambiente y llenando de vida las plantas y nuestros pulmones; los árboles amistosos, que florecen y dan frutos; la belleza de las flores y los simples reflejos del rocío en las hojas o incluso en la hierba de nuestro jardín.
Todo es precisión y sabiduría de la Madre Naturaleza, obediente en cumplir los designios del Creador, donde nada existe por casualidad, porque Dios, en Su infinita y amorosa inteligencia, creó todo para el deleite de los seres humanos.
Seamos agradecidos por tantas oportunidades puestas a nuestra disposición. Identifiquémonos y disfrutemos sabiamente de esta fuente inagotable de vida que emana de la Naturaleza. Permítanos ser parte de su vida cotidiana y alimentarnos de su sabiduría.