A lo largo de la historia todos
los filósofos han reflexionado sobre la felicidad, y no menos los psicólogos
que han publicado miles de extensos trabajos abordando este estado
emocional.
La pregunta sobre la felicidad
fue esencial en el surgimiento de la ética en la Antigua Grecia, y
los filósofos encontraron respuestas muy diferentes, lo cual demuestra que,
como decía Aristóteles, todos estamos de acuerdo en que queremos ser
felices, pero en cuanto intentamos aclarar cómo podemos serlo empiezan las
discrepancias (placer para algunos, honores para otros, contemplación,
conocimiento intelectual para otros más...) Aristóteles rechaza que la riqueza
pueda ser la felicidad, pues es un medio para conseguir placeres o bien para
conseguir honores, pero reconoce que existen personas que convierten a las
riquezas en su centro de atención.
Sin embargo, aunque estos bienes
particulares no basten, ayudan, y en esto Aristóteles mantiene una postura
moral bastante desmitificada y realista, el bien no puede ser algo ilusorio e
inalcanzable. Sin ciertos bienes la felicidad será casi imposible de alcanzar.
Para Aristóteles la felicidad humana se basa en la autorrealización dentro de
un colectivo humano, adquirida mediante el ejercicio de la virtud.
Existen también otros filósofos
que han trabajado el tema de felicidad individual en otros términos: Epicuro entiende
la felicidad como autosuficiencia en el placer moderado; Leibniz defiende
la felicidad como adecuación de la voluntad humana a la realidad; Stuart Mill defiende
un concepto de felicidad como satisfacción de los placeres superiores; para
Nietzsche, el ser humano no fue concebido para la felicidad, sino que está
destinado a sufrir; asimismo para autores del Nuevo Pensamiento o New
Thought, la felicidad es una actitud mental que el hombre puede asumir
conscientemente, es decir, es una decisión. La idea de que la felicidad sea una
decisión se basa, para ellos, en el hecho de que el individuo busca muchas
formas de encontrar esa felicidad en muchos aspectos, y aun así, parece esquiva
para la mayoría de las personas. Al descubrir que existen seres felices e
infelices en todas las diversas condiciones socioeconómicas, geográficas, de
edad, religión, sexo, estados mentales (hay personas con problemas mentales que
a pesar de ello son realmente felices), estos pensadores concluyen que cuando
el individuo decide aceptar su condición y su pasado, y asumir la vida tal como
es en ese momento y construir su vida a partir de aquellos preceptos, es
entonces realmente feliz.
En la
filosofía oriental la
felicidad se concibe como una cualidad producto de un estado de armonía interna
que se manifiesta como un sentimiento de bienestar que perdura en el tiempo y
no como “un estado de ánimo de origen pasajero, como generalmente se la define
en occidente”. Por consiguiente la felicidad perdura en el tiempo y se
identifica como una cualidad, tal y como ser alto, fuerte o inteligente una
persona es feliz.
Después de exponer lo anterior y
reflexionado sobre ello, puedo hacer mi pequeña y humilde aportación filosófica
diciendo que, considero
la felicidad como un estado de armonía interna, pero…. puede ser que todo
se reduzca a “mínimos”, tal como afirma un texto anónimo que me ha enviado una
amiga.
“De repente todo se vuelve tan simple que asusta.
Perdemos las necesidades, se reduce el equipaje. Las opiniones de los demás,
son realmente de los demás, incluso si son sobre nosotros; no importa.
Abandonamos las certezas porque ya no estamos seguros de nada. Y no nos hace
falta. Vivimos de acuerdo con lo que sentimos. Dejamos de juzgar, porque ya no
hay bien o mal, sino más bien la vida que eligió cada uno. Finalmente
entendemos que todo lo que importa es tener paz y tranquilidad, es vivir sin
miedo, es hacer lo que alegra el corazón en ese momento. Y nada más.
Cuando descubrimos todo eso es cuando llega la
satisfacción plena. La verdadera felicidad”.