No es
ésta la única ocasión en la que hablo de la dualidad casualidad/causalidad,
pero me parece un tema de tanta profundidad reflexiva que, lo traigo nuevamente
a colación acompañado de un vídeo que he encontrado en Youtube.
Continuamente
he mantenido lo que a mi gran amigo Gabriel le gusta recordar que, no existen
las casualidades, sino las causalidades. Que nada ocurre porque sí. Que las
cosas ocurren por una razón, por una causa. A veces, incluso, por varias. Pero
hasta ahora nunca había reflexionado profundamente sobre ello.
La
causa de un objeto es aquello que lo origina; la explicación de por qué está
ése objeto ahí, de cómo ha llegado hasta ahí. La causa de un objeto no es
aquello para lo que ha sido creado; no es ni la explicación de PARA QUÉ está
ahí, ni de cuál es su FINALIDAD. He aquí la gran diferencia: no es lo mismo
explicar el por qué de un objeto (causa o causalidad) que explicar el para qué
de un objeto (fin o finalidad).
Que
todos poseamos un por qué no quiere decir que tengamos un para qué. Que poseamos
causa no quiere decir que tengamos finalidad. Que estemos aquí por una causa y
no por mera casualidad no quiere decir que tengamos destino.
Hablar
de causalidad no es hablar de destino.
Estamos
aquí POR una razón, por una causa; pero no PARA una razón en particular, para
un fin.
Tengo
causa. No sé cuál, pero la tengo, y eso no condiciona mi finalidad, mi futuro
ni mi destino. No necesito conocer mi causa para poder elegir mi finalidad en
la vida.
El
poder de Dios, la evolución, la adaptación, un terremoto, un milagro… ¿Qué más
da? La causa más inmediata y cercana de por qué estoy aquí es mucho más
sencilla de comprender: el amor.
Estoy
aquí porque dos personas se amaron, y de ese amor nací yo. Ése es mi por qué,
mi causa. Mi destino, mi fin, está bajo mi decisión y es, al fin y al cabo, una
de las pocas cosas que realmente me pertenecen.